sábado, 14 de marzo de 2009

There will be blood” (Paul Thomas Anderson, 2007)

Ambición, religión y oro negro

Cinco años han pasado desde que el director y guionista californiano Paul Thomas Anderson nos brindase esa pequeña comedia personalísima titulada “Punch Drunk love”. Un tiempo antes Anderson sería el encargado de realizar una de las mejores películas de la década de los noventa y posiblemente de la historia del cine “Magnolia”, este retrato coral y magnifico de la sociedad contemporánea.

Con estas premisas todo nuevo proyecto de este genial realizador siembra una gran expectación, y si a esto unimos que el poco prolífero, pero extraordinario actor británico Daniel Day-Lewis está al frente del reparto, la combinación solo puede ser una gran película. Ésto en pocas palabras es “There will be blood”, un filme denso, oscuro que te transporta a una atmósfera hipnótica de principios del siglo XX donde Daniel Plainview, antes un humilde minero se transforma en un magnate del petróleo gracias a su incesante fuerza de voluntad y su constante enfrentamiento con el resto del mundo; junto a este personaje, autentico hilo conductor de la cinta, aparece Eli (Paul Dano), un predicador con una personalidad muy marcada, que se cruzará en el camino de Daniel, manteniendo a lo largo de todo el metraje una relación de amistad/confrontación; dos vidas paralelas en su amargura y falsedad que tienen su triunfo personal como principal meta.

La materia prima del filme es la novela Oil! de Upton Sinclair, pero Anderson va mucho más allá de la obra de Sinclair, donde los temas claves de su filmografia como la religión o la familia toman protagonismo en este viaje desde los inicios de la prosperidad norteamericana, a partir de la masiva explotación de petróleo, hasta 1927 donde la crisis económica golpeará duramente a más de uno. En este viaje el aroma bíblico impregna toda la obra, desde su propio título hasta su conclusión. Una religiosidad, que en el filme funciona paralelamente con el tema de la familia, les sirve a estos personajes como vehículo para alcanzar sus objetivos, pero que al final se convierte en un castigo eterno sin posibilidad de redención.

El aspecto mas importante y destacado de la película es su estética que lo acerca a una obra de arte, donde todos sus elementos técnicos encajan a la perfección; una hipnótica puesta en escena, excelentemente fotografiada por Robert Elswit y acompañada de una banda sonora compleja, arriesgada y llena de matices realizada por el integrante de Radiohead Jonny Grenwood.

En definitiva, estamos ante un nuevo clásico moderno de Paul Thomas Anderson, estéticamente perfecta pero que tal vez peque de excesiva en sus, aun así, notables interpretaciones.


(****)

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